miércoles, 21 de agosto de 2019

miércoles, 14 de agosto de 2019

Las vanguardias en Latinoamérica

 La historia del arte latinoamericano en el siglo veinte es un reflejo de dos condicionantes contextuales: la fragmentación política y la dependencia neocolonial. Luego de la emancipación,  el proceso de construcción de los diferentes estados nacionales incluyó el proyecto social y cultural de las élites locales. Éstas, emulando los modelos de los centros de poder buscaron reconstruir la cultura nacional a partir de modelos eurocéntricos. Un caso arquetípico fue la "Experiencia Feliz" de la época de Rivadavia en Argentina.
En la mayoría de los casos, a finales del S XIX se evidenciaba una fuerte dependencia del academicismo en las artes visuales y la arquitectura. Como parte de los procesos de formación y consagración artística figuraban los viajes de estudios a los principales centros artísticos de aquel entonces, así como la participación de su vida artística. Por lo tanto, se produjo un constructo binario, en el cual lo culto era importado, mientras que lo popular provenía de lo local.
Muchas de las ciudades de la región mutaron en copias aspiracionales de los centros urbanos europeos. La tradicional planta colonial cedió paso a los paseos hausmanianos (Montejo, Reforma, Bolívar), mientras que las tipologías de los hitos arquitectónicos se orientaban hacia los historicismos de la época (neoclásico, neogótico, ecléctico).
Cuando el modelo academicista caducó en Europa, dicho mimetismo cultural expuso a los artistas latinoamericanos a las vanguardias de inicios del siglo XX. Sin embargo, en este caso, los efectos en la plástica y las ideas estéticas locales fueron diferentes. Aunque hubo artistas que siguieron con relativa fidelidad los estilos metropolitanos como el surrealismo y cubismo (Varo, Carrington, Poleo, Petorutti); el espíritu liberador del arte moderno permitió que se plantearan propuestas emitidas desde una nueva forma de entender la latinoamericanidad.
Quizás, como factores catalizadores figuraron el arielismo y el indigenismo, los cuales contestaron a la creciente amenaza colonialista  y a los movimientos sociales de la primera mitad del siglo XX. En ese ámbito destaca muy claramente, la Revolución Mexicana, que abarcaba además de un proyecto político, una agenda cultural.
En Brasil, La Antropofagia proponía el devorar la cultura local para producir un arte que se nutriera de la historia y cultura afromestizas, entendidas como esenciales en la formación de la plástica nacional. Por otra parte, en México, gracias al patrocinio de José Vasconcelos, el arte estatal se orientó a la reconstrucción de la historiografía del país y la reingeniería de las representaciones sociales sobre la mexicanidad. De acuerdo con este paradigma, la identidad nacional se fraguaba en la raíces prehispánicas y sus glorias culturales. En ambos contextos, lo popular pasó de ser sinónimo de barbarie a insumo plástico y temático.
En el caso del constructivismo latinoamericano, destaca la figura del uruguayo Torres García que reflejó la tensión entre lo cosmopolita y lo regional. Mientras que en el equivalente europeo, la estética industrial terminaba el discurso y concepto del lenguaje, en el caso de este artista es un recurso formal que le permitió recurrir a temáticas locales que abarcaban desde lo mitológico hasta la cotidianidad.
Por otra parte, en Cuba, la libertad creativa implícita en la nueva manera de entender el arte como un discurso desde su propia lógica, le permitió a Wifredo Lam explorar una figuración que encarnara el mundo fantástico de las religiones sincréticas. Su obra "La Selva" refleja la supuesta exuberancia del contexto isleño inserto en el trópico. Además, reproduce los rasgos formales del arte africano occidental.
Igualmente, en la búsqueda de generar estéticas desde lo regional, las corrientes internacionales como el surrealismo, se filtraron y adaptaron empleando temáticas e iconografías latinoamericanas. Uno de los ejemplos más conocidos fue la obra de Xul Solar. La obra de este pintor fusiona elementos de artistas como Klee y Miró junto con formas extraídas del arte popular para resultar en un lenguaje personal que desde lo periférico buscó la internacionalidad.
Igualmente considerada como surrealista, la obra de Frida Kahlo merece una reclasificación por su intencionalidad y contexto. Esta artista respondió a las aspiraciones de emancipación de la plástica latinoamericana. Aunque figuró como colaboradora de dicho movimiento en Europa; su obra es intimista y apela a mensajes menos sobreintelectualizados. Al igual que los muralistas, es evidente su búsqueda por lo esencialmente mexicano, que en su caso se nutrió de los exvotos populares y la gráfica de Posada.
Las publicaciones literarias funcionaron como vector para difundir las ideas estéticas y filosóficos que abrazaban el carácter cósmico del arte latinoamericano. Un ejemplo costarricense fue la revista Repertorio Americano, en la cual junto con litografías de Rivera, se publicaban poemas de Mistral y Guillén.
En todos estos casos la actividad artística se enmarcó en una fuerte militancia política. Lo anterior justifica la relevancia que tuvo el realismo social impulsado por los muralistas en México y en Argentina por Berni. Este último inventó a los personajes de Juanito Laguna y Ramona Montiel para encarnar la marginalidad social. De esta manera las artes visuales se convirtieron en un correlato de la aspiración por sociedades más justas propia de la intelectualidad progresista.